En las listas de clásicos que se «tienen que leer» por lo menos una vez en la vida no puede faltar un autor que prácticamente es sinónimo de literatura: William Shakespeare. Lo más gracioso que me ocurrió alguna vez en clase fue una exposición de sus obras por primera vez ante mis alumnos, sin contexto alguno, sin mencionar su estilo, época o género. Y, a pesar de que todos ya conocían su nombre, e incluso algunos títulos de sus obras, se encontraron con una gran sorpresa.

Experiencias entre libretos y telones
«Profe, este libro solo tiene diálogos»

Mañana, 27 de marzo, es el día mundial del teatro, uno de los géneros literarios que más impactaron en mi vida, y uno al que quizá le he sido un poco ingrata. Por causa del teatro me acerqué a varios universos que ahora son mi centro de interés: la mitología, los sueños, la literatura… Sin embargo, le devolví tan poco, pues nunca he tenido particular interés po ser actriz ni dramaturga, tampoco he logrado escribir un mísero guion. Lo primero lo tengo bien justificado, creo que todavía no hay remedio que me cure del pánico escénico. En cuanto a lo segundo, no tengo excusas, puesto que las obras teatrales desde su texto mismo forman parte de mis raíces en cuanto a la apreciación literaria.

Y eso comenzó hace muchos años, en mi adolescencia, cuando hice la transición de los cuentos infantiles de colegio a las obras más maduras. Me costó muchísimo al principio, porque la verdad, las tragedias griegas no son lo más adecuado para esa etapa. Sin embargo, esas páginas llenas de diálogos solemnes, llenos de nombres de dioses y héroes, y ese extraño personaje grupal que aparecía en todo momento, fueron el gusanillo que llevó adentrarme al profundo túnel de los clásicos.

A veces también pienso que, fuera de Shakespeare, la gente pasa mucho con respecto a la lectura del teatro. Y tiene su lógica. A pesar de que no hay ningún impedimento ni prohibición para leer obras de teatro, este género en particular se disfruta mejor frente a un escenario. También tiene sus desventajas. El valor de la obra puede verse disminuido por la calidad de la producción en sí. Y, dependiendo de la zona en que uno se encuentre, no todo el tiempo vamos a tener en tablas la obra que queremos ver en ese momento.

Ahora con la tecnología podemos acceder a obras grabadas. Aunque según mi criterio sigue siendo una experiencia un tanto incompleta. Para ver actores en pantalla tenemos al cine, otro tipo de arte que tiene su lugar, pero no le quita el suyo al tearo. En la dramturgia es importante el diálogo inmaterial con el público. No sé lo que sienten los actores con todos esos mirones ahí en frente, aparte de nervios, pero de seguro que los extrañan ahora que solo les quedan la cámara y el palco vacío. Yo, como público, no me sentía espectadora, sino también partícipe, como si cada una de mis reacciones pudiese impactar de alguna manera en el desenlace de la acción.

Y creo que me fui por las ramas. En fin, estábamos hablando de lectura.

La vida es sueño
La leí por primera vez a los doce años y no entendí nada, sin embargo, este fragmento me dejó una huella tan grande que releí la obra en varias ocasiones y etapas de mi vida.

Leer teatro, por eso, es una experiencia un tanto singular. Uno sabe que le faltan piezas a la obra, pero con suficiente imaginación las puede armar en su cabeza. Después de todo, ahí la importancia está en la acción y el diálogo, todo lo demás parece sobreentendido.

Para un principiante de la literatura incluso puede ser más favorable comenzar por obras de teatro, en especial si se quiere adentrar en la literatura más clásica. Las obras son breves, se tiene bien claro quién habla en cada momento y las acciones son muy concretas (se retira de escena).

De todas formas, hay que tener cierto fondo de información antes de comenzar a leer. Como siempre, mientras más nos alejamos en el tiempo, más difícil se vuelve leer una obra. El teatro, igual que toda literatura, ha tenido sus cambios de formato a través de los siglos. Desde las obras griegas escritas para ser recitadas y cantadas, pasando por los diálogos en verso de la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco, hasta llegar al siglo XX que rebota entre lo realista y lo experimental.

Y antes que desalentarnos, esto debería impulsar nuestra curiosidad y deseo por explorar lo diferente, y también por reconocer a la humanidad de otros lugares y otras épocas. Por ejemplo, sabemos que los griegos involucraban un alta dosis de moralidad y religión en sus tragedias, ya que la catarsis debía purificar sus espíritus con las emociones intensas de la representación. Y en el otro extremo estaban las comedias con chistes políticos y sexuales no muy distintos a los que se escuchan en la actualidad, porque los humanos actuales no son muy diferentes a los humanos de aquellos días.

Antígona contra Creonte
En aquella época se lo decían a los políticos y en estos tiempos debería repetirse la lección.

Avanzando hacia siglos más cercanos, nos encontramos con las comedias de equívocos, como las de Moliere y Oscar Wilde, cada uno en su contexto, que hacían una aguda crítica social al mismo tiempo que sacaban unas cuantas carcajadas. En el siglo XX, las tragedias ya no tendrían como protagonistas a reyes ni príncipes, sino a personas comunes atrapadas en un tejido social asfixiante, como en las obras de Arthur Miller y Tennesse Williams.

Y medida que nos acercamos más a nuestra época, el teatro se vuelve más una expresión directa del dramaturgo hacia el público y el entorno general. La interacción entre actores, escenarios y espectadores se vuelve fundamental. Las obras modernas, para mi gusto, son mucho más difíciles de leer que las más antiguas. Parece que la necesidad latente de verlas representadas es aún más notoria en estos guiones. La lectura simplemente ya no basta.

Además, hay formas de teatro en las que el guion es tan básico que se convierte en una simple guía para que el director y los actores monten su propio arte a partir de ella. Sí, en esas páginas hay bellos diálogos y la trama todavía es un punto importante, pero el arte verdadero se encuentra en la representación.

Algernoon comilón
Levante la mano quien esté de acuerdo con Algernoon.

De todas formas, tomar una obra de teatro como lectura también nos puede lanzar en la búsqueda frenética (y muchas veces difícil) de la obra representada en tablas y guardada en los archivos de internet. También podemos encontrarnos con adaptaciones cinematográficas que talvez logren el efecto con más o menos éxito, dependiendo de los criterios de cada uno. Y más que nada, debería empujarnos hasta las boleterías en caso de que alguna compañía teatral lleve a los escenarios nuestras obras favoritas.

Así que les presento aquí una lista muy rudimentaria, en la que faltan muchos títulos importantes y entre los que agregué también alguna que otra obra que suele pasar desapercibida.

Obras de teatro recomendadas
Se preguntarán por qué no hay títulos de Shakespeare. Es simple: de Shakespeare se lee TODO.

Y con esto concluyo la experiencia de lectura de hoy. Espero que encuentren alguna novedad que leer o releer para los próximos días, o incluso busquen representaciones en internet o en cartelera para los que tienen posibilidades. También pueden comentarme qué les parece el teatro en general, si lo leen o prefieren verlo en vivo y en directo, si están involucrados en la dramaturgia o si les gustaría escribir alguna obra.

Yo tengo como materia pendiente escribir por lo menos una comedia de un acto. En algún momento encontraré la valentía para hacerlo. Por ahora me voy a releer alguna de mis obras favoritas o a buscar otras nuevas. Hasta pronto y buenas noches.

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